A menudo le gusta recordar la primera vez que se encontraron. Su mirada inteligente, sus manos delicadas y su aspecto pulcro, que contrastaban con su constitución corpulenta e imperceptible deje provinciano. El buen humor, un poco incisivo, y la absoluta lealtad y discreción, le hicieron imprescindible para el trabajo día a día. Le acabó acompañando en todos los ascensos, hasta la cumbre, pasando de ser mero personal administrativo a personal de asesoramiento especial. De no tener mesa propia, deambulando entre archivos y rollos de actuaciones, acabó poseyendo un recogido y elegante despacho en el cual, afortunadamente, las paredes no hablaban, y menos de los encuentros íntimos que allí se fraguaban.
No tenía nada que ver con otras que habían pasado por su vida antes. Casado sin convicción ni ilusión, pronto descubrió la seducción que provocaba el poder, los regalos, los perfumes. Las atraía sin esfuerzo. Y sin esfuerzo las despachaba, acercándoles incluso el paquete de pañuelos si se ponían llorosas al darlo todo por terminado, la relación laboral y la pasional.
Pero esta vez, desde el primer momento que cruzó por su cabeza la idea de una aventura con su novel ayudante, se encendieron todos los pilotos rojos. "Esta vez va a ser distinto... vas a cruzar la línea roja."
Y la nueva aventura lo atrapó, por completo, durante largas temporadas, entre la emoción de lo que jamás no debe ser revelado, y la apariencia de intachabilidad que tenía que mantener ante los demás. A la vista de todos, era una relación laboral, impecable, eficiente. Pero cuando se cerraban las puertas...
En el trabajo se encontraban y en el trabajo se escudaban. Jamás hicieron un alarde de amistad más allá del horario laboral, para no dar un mínimo motivo de sospecha. Las reuniones se alargaban, pero eran reuniones. Las sesiones de despacho para preparar recursos eran maratonianas, pero eran sesiones de trabajo. Los fines de semana, ay qué pena, había que dedicarlos a encuentros protocolarios con otras autoridades, había que asistir a congresos, había que imponer medallas y pronunciar discursos. La dignidad del cargo requería hospedarse en establecimientos adecuados, requería cenar, requería copas.Todo ello, inherente a la dignidad del cargo. Siempre le acompañaba su ayudante, primero en silencio, discretamente. Luego, en la intimidad, se soltaban. Tan libremente como la naturalidad con que los gastos se cargaban como dietas de trabajo. Nunca habían sido tan dulces las obligaciones laborales, aderezadas con un vino merecedor de 95 puntos en la Lista Parker, y en compañía inmejorable. El concepto de las dietas, comensales, acompañantes, todo líneas opacas y facturas sin revisar. Nadie fisgoneaba en su felicidad laboral-pasional de fin de semana.
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Nadie, hasta que llegó un funcionario con gafas de pasta y ganas de crispar el ambiente. Vio que el jefe pasaba no una ni dos, sino decenas de dietas de trabajo, de cuantías no especialmente discretas, por actos que tenían lugar en fin de semana. Actos puntuales que requerían pernoctaciones y ágapes. Ágapes que nunca eran en solitario, ni tampoco en compañía de los homenajeados, de los congresistas, de los colegas. Cenas para dos. Y entonces, la pregunta del millón: ¿Con quién cena los fines de semana?
El magistrado se sentía como si una bomba le hubiera explotado a medio metro. Cerró la puerta y dijo a su ayudante: "¿Cómo saldremos de esta con la frente bien alta...? querido Manolo..."
això es fer servir la realitat que ens envolta i treure'n un bon conte
ResponEliminaay, ese manolo!!!
El problema és que aquests alts càrrecs s'han allunyat tan de la realitat... que la caiguda, quan es produeix, és molt dolorosa.
ResponEliminaAbans llegia que ses senyories del TS estan ben ofesos perquè s'han quedat sense cotxe oficial. Cordons, però si tenen al costat Plaza Colón, amb el seu metro, autobusos i taxis. I si no, poden baixar passejant per calle Génova o per Hortaleza que també és una zona agradable.