La idea de morir bien es extraña para mucha gente. En nuestra cultura, donde se ensalza la inmortalidad y el terror a la muerte es endémico, no resulta fácil concebir los últimos momentos de la vida como algo más que dolor, dependencia, descontrol e indignidad. Sin embargo, no pocos enfermos terminales y sus seres queridos logran ignorar esta creencia tan común y transforman el acto final en una oportunidad para expresar amor, para curar viejas heridas, para superar prejuicios, para descubrir en ellos mismos fuerzas y virtudes ocultas y, en definitiva, para realizarse.
Sardegna, Spiaggia |
Todas las muertes que he presenciado me han estremecido. Todas, también, me han enseñado algo sobre lo que es morir y lo que es vivir. Muchos aspectos de la muerte reflejan facetas de la vida. Aunque bastante gente prefiere morir de repente, sin darse cuenta, los finales abruptos o inesperados suelen dejar muchos argumentos sin conclusión, cabos sueltos. Quienes quedamos detrás tenemos gran dificultad para superar las pérdidas insospechadas. Por el contrario, las muertes lentas, a pesar de la tristeza y la ansiedad que llevan consigo, ofrecen posibilidades únicas para completar asuntos pendientes, restaurar uniones rotas y reconciliarnos con nuestra inevitable caducidad.(...)
Nadie debería morir con dolor y nadie debería morir solo. (...) El malestar del cuerpo casi siempre se puede aliviar. Y la presencia reconfortante de una persona serena y cariñosa mitiga gran parte de la soledad del paciente. Pero alivio y compañía no es todo. Para muchos hombres y mujeres en el lecho de la muerte, y para sus allegados, este último acontecimiento de la vida brinda la posibilidad de vivir momentos emotivos de profundo significado. En estas circunstancias cruciales, la sinceridad, la ternura, la comprensión y la entrega fortalecen y conectan a los participantes de una forma tan cercana y especial que algunos afirman sentir una paz de espíritu que nunca experimentaron.
Las buenas muertes existen. Requieren una cierta dosis de entereza y valentía para enfrentarnos a recuerdos dolorosos que normalmente se evitan, o para dar cariño incondicional y atender las molestias físicas del agonizante (...). Pero la carga casi nunca resulta demasiado pesada. Para la mayoría de los acompañantes se trata de una labor casi sagrada, una tarea que no sólo aceptan sino que desean. Mientras que dejarse cuidar se convierte en el último regalo del moribundo.
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Compartir el trance de morir y cuidar de una persona querida que agoniza es una forma poderosa de intercambiar amor, solidaridad y respeto, y representa una prueba personal sublime y enriquecedora. Cuando alimentamos la dimensión humana de la muerte, la última despedida se convierte en una experiencia tan íntima, tan entrañable y tan valiosa como el mismo milagro del nacimiento.
Luis Rojas Marcos, Morir bien
Preciós i dur. De qui ha perdut i ha vist perdre. Aquest home a més sempre dona llum a les seves paraules.
ResponEliminaÉs sorprenent la lúcida serenitat amb què el Dr. Rojas Marcos tracta els aspectes més durs de la vida: la malaltia, la mort.
ResponEliminaI quan s'ha passat d'aquesta manera per aquest "deure sagrat", aquesta experiència "tan íntima, entranyable i valuosa" que és acompanyar un ésser estimat que ens deixa, no he trobat millor manera d'explicar-ho que compartir aquest text, dur en el fons però amb efectes pal·liatius.
Gràcies.
Gràcies a tu per compartir-ho.
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