20 de abril del 90, hola chata, ¿cómo estás? Te sorprende que te escriba...
Yo, la verdad, el 20 de abril del 90 estaba en plena adolescencia, con gafas, ortodoncias, complejos y un mar de dudas en mi cabeza. Todavía no me había lanzado a ser yo misma, todavía necesitaba de la aprobación del grupo, de la gente popular (úsese en sentido apolítico). Todavía quedaban años para aprender a gustarme tal como soy, y punto, y pelota. Por entonces leía, leía compulsivamente, escribía, escribía compulsivamente, y sobretodo, soñaba, hasta el punto de disponer de un mundo paralelo donde sí tenía amigos, y amores, y nadie me reñía si me quedaba leyendo hasta tarde, y donde tocaba el piano de tal modo que enamoraba irresistiblemente a quien me oyera, y tenía un destino trágico incluso, como en las mejores historias, pero al final, triunfaban la felicidad y la bondad y la justicia, y se oían violines. Un mundo absolutamente irreal y cursi hasta el coma diabético.
De aquel 20 de abril del 90 pocos recuerdos me quedan, ya que la mayoría se perdieron por el camino. Estaba en el primer año de bachillerato, empezando de nuevo en mis relaciones sociales, en un medio más abierto y libre -afortunadamente- que la anterior escuela. Dejaba atrás las historias de internatos al estilo de Enid Blyton para meterme en las series americanas tipo Sensación de Vivir. Yo me veía venir que me tocaba el papel de fea secundona, pero me resistía a asumirlo y dejarme llevar. Como decía nuestro héroe, Patrick, "nadie deja a Baby en un rincón". Quería que alguien me rescatara de mis propios boicots. (Costó muuuucho tiempo aprender que un@ es quien debe rescatarse de si mism@).
Faltaba todavía tiempo para irme encontrando, dejándome de fastidiar y permitiéndome salvarme: para hacer de la música un medio no sólo en el que soñar, sino en el que respirar, para dejar que a través del teatro y de la escritura fueran saliendo, poco a poco, todos los nombres de la rosa, para descubrir la amistad sin necesidad de tener que esforzarse por agradar o fingir ser quien no se es. Para encontrar amigos, y amores, y caer, y volverse a levantar o al menos arrastrarse hasta el siguiente, y perder alguno, y reencontrar otros, y mantener unos cuantos; y con el tiempo, sentir que algunos cambian, pero todavía queda alguno de los de antes, aunque otros hayan cambiado.
Y llegar a la universidad, y sin saber por qué hallarse muy enfadada consigo misma y con el mundo, porque se está volviendo feo, porque en los sueños no era así, que había una vida llena de historias y de arte, y sin embargo me encontraba en la Facultad de Derecho y por no haber, no había ni edificio donde asentar los cimientos del conocimiento. No obstante, sobreviví, sobrevivimos al campo de barracones (aquí insértese música de la Lista de Schindler), incluso nos reímos mucho, incluso elegimos saltarnos las clases que nada nos aportaban, incluso nos tomamos con interés y pasión ciertas disciplinas que, en definitiva, ayudarían a dar argumentos y razones para sostener la justicia en este mundo de peo, donde se empezaban guerras preventivas sin acabar las otras.
Otro día te cuento más, tú sigue con tus canciones, que yo seguiré con mis sueños...
xxx.
Amb una mica de retard... Enhorabona pel text! Espero amb candeletes el capítol II.
ResponEliminaCom m'agradaria veure fotos del campus de barracons...
Àsies... feia temps que no practicava l'escriptura automàtica, aquella que surt tal com raja...
ResponEliminaEl campus de barracons, ai, sort que érem joves i teníem il·lusió, ara m'ho plantegen i em sembla que em llicencio a distància. Encara que perdre'm els cafès i els jocs de cartes entre classe i classe, em sabria greu de debò.