Un lloc que no existeix, on van a parar històries i records i es guarden en rigorós desordre.
"Siempre imaginé que el Paraíso sería algún tipo de biblioteca" (Jorge Luis Borges)



22 de febr. 2011

La Sirenita (revisited 2011)

Doscientos años después, la Sirenita volvió a pisar tierra firme para lograr un alma inmortal. Tenía en mente todos los errores que había cometido la otra vez y que H. C. Andersen se había ocupado de divulgar a los cuatro vientos. El escritor danés se había hecho un nombre con su historia, y todo lo que había logrado ella era una estatua que apenas medía un metro en un rinconcito de Copenhague. En adelante, la situación sólo podía mejorar.

Aprovechó la oscuridad para salir otra vez a la superficie con sus piernas nuevas, habiendo entregado otra vez la melena y la voz a la vieja Hechicera de los Abismos. Sacó su nueva guía de Copenhague y empezó a andar en dirección a Amalienborg, el Palacio Real. Esta vez el Príncipe no se le escaparía.

A la altura de los jardines del Tívoli, vio una bicicleta solitaria a gran velocidad. Quien lo conducía gritaba apurado y, finalmente, al poner el pie en el suelo en un intento de frenar, se cayó aparatosamente en medio de la calzada. Nadie más que ella vio el accidente. La Sirenita corrió a socorrer el ciclista. Su sorpresa fue mayúscula: doscientos años después, su príncipe iba en bicicleta.

Llamó a los servicios de emergencia y lo acompañó al hospital. Esta vez procuró que su príncipe viera que era ella quien lo había salvado e intercambiaron teléfonos. Lo visitaba con frecuencia mientras estuvo lesionado. Descubrió que era estudiante de dirección coral y orquestral, y que dirigía un coro de jóvenes. ¡Un coro! ¡Cantar! La Sirenita tenía la voz más hermosa del fondo del mar. Pero se la había tenido que dar en pago a la bruja para volver a cambiar cola de pescado por piernas. No obstante, había logrado no quedarse muda, consiguiendo una voz menos armoniosa, pero voz al fin y al cabo. La Sirenita le habló de su interés por cantar y él la invitó a una prueba en el coro. “Necesitamos contraltos, y tú tienes un timbre de voz que podría ser adecuado. Si afinas bien y lees un poco de música...”

Contraltos. La Sirenita disimuló su frustración. Las contraltos, en el fondo del mar, eran las segundonas, las que tenían voz menos brillante, las que se lucían menos, las que cantaban las partes más desagradecidas y aburridas. Ningún compositor o arreglista, ni en el fondo del mar, ni en superficie, se molestaba en escribir algo interesante para las contraltos. Y ahora era todo lo que su príncipe le ofrecía: ser contralto.


No obstante, por ver cumplido su sueño, estar cerca del príncipe, y que él a su vez se diera cuenta de que ella era la mujer por quien dejaría padre y madre y a quien se uniría, entró en el coro y se puso junto a las contraltos. Por la promesa de este sueño cantó partes insípidas, sostuvo la nota del acorde menos interesante, luchó con armonías imposibles, y se hizo un sitio entre las sufridas contraltos. De vez en cuando el príncipe la miraba con agradecimiento, le daba las gracias. “Eres la mejor de las contralto”, y la besaba en la frente. A veces compartían un smørrebrød en una cafetería al lado del canal, y hablaban horas y horas de música, de arte, de mil cosas. Su príncipe la hacía reír, y eso la colmaba de felicidad. Pero para lograr la inmortalidad del alma no era suficiente con compartir smørrebrød y darse besitos en la frente. Lo de dejar padre y madre ya lo había logrado el chico tiempo atrás, mudándose a un apartamento con vista a los canales, donde los libros no dejaban espacio para poner orden. Pero lo de unirse a alguien y dejar su vida de horarios libres, bicicleta y vida social hiperactiva, presentía la Sirenita que iría para largo. Pero ella esperaría.


Se equivocaba otra vez, doscientos años después. Un mal día llegó al coro una soprano de rizos rubios, pechugona y de voz prodigiosa. Sin mediar palabra, la Sirenita olió el peligro. Toda la sensualidad y descaro que tenía la soprano, le faltaba a ella. Las otras contraltos tacharon en seguida la nueva soprano de guarra, fresca y creída, palabras que le eran desconocidas a la Sirenita por no usarse en el fondo del mar. Pero en su inocente ignorancia, comprendía que al príncipe se le iban los oídos, los ojos y todo su ser tras la soprano, que brillaba con luz propia y estaba encantada de conocerse.

¿Sería posible que doscientos años después, volviera una cualquiera a arrebatarle el sueño? El príncipe todavía la besaba en la frente y tenía tiempo para un smørrebrød de vez en cuando, pero la Sirenita notaba que otra ilusión lo tenía consumido.

¿Perder otra vez la oportunidad de lograr la inmortalidad? ¿Purgar su frustración dejándose morir y volver a ser una hija del aire que espera redimirse con las buenas acciones de los demás? No había menester más aburrido, a parte de cantar como contralto, que ser hija del aire

Había una tercera vía, más peligrosa, menos limpia. Volver al fondo del mar, recuperar su vida de sirena e hija del Rey del Mar. En el primer momento pensó que no, que no podía hacerlo. Pero la idea daba vueltas a su cabecita. El dolor en los ensayos y la presencia de la voluptuosa soprano no ayudaban a la Sirenita a sobrellevar su pequeña gran tragedia. No podría permanecer mucho más en tierra, iría al aire o al mar. Al aire o al mar. Al aire si no arriesgaba. Al mar si lo hacía. Al mar, al mar...

Llegó el concierto de fin de curso, en la nueva ópera. Una noche de junio de luna llena.  En el aire, nada volvería a ser tan bello. La Sirenita, ante el espejo del baño, miró su cara mustia, sus ojos apagados, y decidió vivir. Se despidió amigablemente de las compañeras y fue en busca del príncipe. Estaba solo, guardando partituras. Con su invariable amabilidad, la besó en la frente y la felicitó por el concierto. “¿Has sido feliz este curso en el coro?” “Sí, lo he sido, por haber podido tenerte como director. Pero... no es justo que haya tenido que cantar como contralto.” “Es tu tesitura de voz, eres buena contralto. Además, no necesitábamos sopranos.” “¿Y ella?” “Ella...” y calló, encongiéndose de hombros. “Ella, ya la ves, va a comerse el mundo, va a lograr lo que quiera con su voz y su presencia.”

Enojada, la Sirenita dijo:“Yo era la mejor soprano del fondo del mar”, y ante la cara de sorpresa incrédula de él, “y perdí mi voz de soprano y la cambié por esta cazalla rota para poder volver a ti, como hace doscientos años. Y otra vez me la has vuelto a pegar con la primera que te ha hecho tilín. Pero esta vez ha cambiado el cuento.”. Y la Sirenita sacó el puñal que doscientos años atrás le habían logrado entregar sus hermanas, y lo hundió repetidamente en el pecho del príncipe hasta salpicar sus piernas con la sangre que brotaba, recuperando al fin su cola de pez originaria.

Cuando el Sol despuntaba en el horizonte, lanzó un rayo amarillento sobre el mar, y la Sirenita, desde las aguas heladas del estrecho de Øresund, se volvió para ver la luz por última vez.

4 comentaris:

  1. Fantàstic.
    M'encanta que agafi les regnes de la seva vida i decideixi viure.
    Revolució! Prou de dones patidores i més dones "vividores"

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  2. Me gusta este final negro, para una partitura de voces blancas ;-)

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  3. Como contralto, me he emocionado leyendo la historia. Es cierto que no somos las divas de los coros, pero a mí me encanta la voz... Bravo, Rosa! No conocía esta faceta tuya y me ha encantado. Te seguiré la pista... Un abrazo.

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  4. Blondie, gràcies per la interpretació de la història, un psicoanalista no ho faria millor.

    Bruji, ha sido darle la vuelta y encontrarle el lado oscuro, como a todo ;-)

    Valle, bienvenida y gracias por tu comentario, arriba las contraltos!

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