És tornar a llegir aquest fragment i tornar a tenir ganes d'estar dalt un escenari, sentir el vertigen al cap i la fúria al cor i el foc a sota el ventre.
Uau, que diria Anastasia Steele. Acabo de parlar subtilment de sexe.
Va ser una bona època. Vam començar a fer classes en un centre cívic amb un professor argentí que bàsicament pretenia oferir un paper que s'hagués d'interpretar en pilota picada a les noies del grup que estiguessin de bon veure. Vaig aprendre molt, tant dins les classes com un cop s'acabaven i sortíem. Aquelles nits d'estiu no s'acabaven: les exprimíem, les esgotàvem, les passejàvem. Arribava rebentada a l'habitació del Poblenou, les sabates a la mà, i algun cop em despertava encara mig vestida, sobre el llit, i m'havia d'afanyar a presentar-me a la feina d'aleshores sobria y bien peinada. Encara vam estar junts una temporada més, en un local molt polivalent i amb un actor honestament reconvertit a professor que semblava escapat de les làmines de dibuix d'Egon Schiele. (S'ho va currar molt, i si no t'ho havia dit, moltes gràcies, Fran). Aquest text de Maggie, la gata calenta sobre el teulat, va ser un regal enverinat i una píndola daurada per despertar la fera dormida, inhibida, esterilitzada químicament que a vegades dorm aquí dins la biblioteca.
Margaret.- Siempre creí que los hombres que bebían se estropeaban, pero es evidente que me equivocaba. Tú eres el único bebedor que conozco a quien la bebida no ha llenado de grasa. Aunque eso le pasa a todo el mundo tarde o temprano. El mismo Skipper empezaba ya a... (Se interrumpe.) Perdona. Siempre acabo poniendo el dedo en la llaga... Ojalá dejaras de ser atractivo. El martirio de Santa Maggie sería mucho más soportable. Pero no tendré esa suerte. Hasta me parece que estás más guapo desde que empezaste a beber.
Lo que sí has tenido siempre es ese aire de indiferencia, como si jugaras sin que te importase ganar o perder. Y ahora que has perdido... Bueno, no. No has perdido. Ahora que has dejado de jugar, tienes ese extraño encanto que sólo se da en algunos ancianos o en algunos enfermos incurables: el encanto de los derrotados... Una actitud tan fría, tan fría, tan envidiablemente fría... Eras un amante maravilloso... ¡Era tan hermoso acostarse contigo! Más que nada, porque parecía darte lo mismo. ¿Me equivoco? Jamás el menor asomo de ansiedad. Lo hacías siempre con facilidad, lentamente, con una confianza absoluta y una calma perfecta. Parecía más bien como si abrieses la puerta para dejar pasar a una señora o la ayudaras a sentarse a la mesa; nada que ver con el deseo. Tu indiferencia te volvía maravilloso para el amor... ¿Extraño? Pero cierto... ¿Sabes? Si creyera que nunca, nunca, nunca volveríamos a hacer el amor... bajaría a la cocina, buscaría el cuchillo más largo y más afilado y me lo clavaría directamente en el corazón. ¡Te lo juro que lo haría! Pero yo no tengo el encanto de los derrotados, yo no he tirado la toalla, yo sigo jugando y quiero ganar.
Tennesse Williams, La gata sobre el tejado de zinc caliente